15 Jan
15Jan

La expresión "educación clásica" ha sido muy debatida en los últimos diez o veinte años. Es comprensible que algunas personas piensen que es solo una palabra de moda. A esto se suma la avalancha de definiciones aparentemente diferentes del término.
 
Cuando se quiere definir algo, la mejor manera de hacerlo es, a menudo, no definirlo en absoluto, sino simplemente dar un ejemplo de lo que es el tema o, en el caso de la educación clásica, de lo que era. Esto se puede lograr simplemente observando las culturas clásicas y lo que ellas pensaban que era la educación. Y, como cristianos, también queremos saber cómo era después de encontrarse con la creciente cultura cristiana en cuyo regazo fueron arrojadas las culturas clásicas a medida que las civilizaciones más antiguas caían y el cristianismo surgía. 

Para los griegos, la educación era la transmisión de los valores e ideales de su cultura a través de las obras que mejor los expresaban. Para ellos, esto significaba la Ilíada y la Odisea de Homero, las grandes epopeyas de su mito nacional: su enfrentamiento con los troyanos (y, en el caso del héroe Aquiles, su enfrentamiento consigo mismo).
 
Esta epopeya en dos libros les decía a los griegos quiénes eran. Era su forma de articularse a sí mismos lo que valoraban y reverenciaban. Los dos grandes valores de los griegos eran la fuerza y la inteligencia. Aquiles encarnaba el primero, Odiseo el segundo. 
 
Los romanos admiraban la cultura griega y, en muchos aspectos, la imitaron. Los romanos más ricos enviaban a sus hijos a internados en Grecia o contrataban a un tutor griego para educarlos en casa. Al leer la historia, descubrimos rápidamente que la educación en el hogar era a menudo la norma, no la excepción.
 
Los romanos también abrazaron la fuerza y la inteligencia, pero tenían sus propios valores. Estos también eran dos: el orden y la piedad (siendo la piedad el orden del alma). Estos valores se expresaban en la propia epopeya de los romanos, la Eneida de Virgilio. Al igual que Aquiles para los griegos, Eneas encarnaba los valores romanos. Huyó de la ciudad en llamas de Troya, llevando a su padre sobre los hombros y a su familia consigo, y fundó la nueva Troya en las orillas del río Tíber. Allí creció una civilización que, gracias a sus valores, fue capaz de gobernar la mayor parte del mundo conocido durante mil años.
 
Para estas dos culturas, la educación simplemente significaba transmitir la cultura a cada generación sucesiva.
 
Pero entonces ocurrió algo interesante. Esta cultura clásica, derivada de Atenas y desarrollada aún más por Roma, se encontró con algo nuevo: la cultura del cristianismo, que a su vez tenía su origen en la cultura de los judíos.
 
Los cristianos no rechazaron los valores e ideales de las culturas antiguas cuando eran correctamente entendidos. Los consideraban productos de la "revelación natural" de Dios, dada a los gentiles. Pero añadieron dos valores sobrenaturales, que consideraban primarios y que habían aprendido de la revelación directa de Dios a los judíos: la fe y la obediencia. Este encuentro entre Atenas y Jerusalén, la consumación de los valores clásicos—verdaderos y buenos por sí mismos—en los valores teológicos del pensamiento cristiano, es lo que define la civilización occidental. Y son estos valores e ideales los que la educación cristiana clásica busca transmitir a la próxima generación.


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Traducción por Mara Márquez Ravilet
Artículo original: "Letter From The Editor: What Hath Athens to Do With Jerusalem? Plenty" by Martin Cothran, disponible en memoriapress.com

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