Los padres que educan a sus hijos en el hogar se regocijan por la elección y la libertad de educar a sus hijos en casa. A menudo nos remitimos a las Escrituras en Deuteronomio, que hablan de colocar las directivas de Dios en los corazones de nuestros hijos al capacitarlos en Su Palabra para saber comportarnos en nuestra vida diaria. Todo esto está muy bien y es algo digno de admirar.
Sin embargo, como se afirma a menudo, con la libertad viene la responsabilidad. Si bien disfrutamos del privilegio de educar a nuestros hijos en nuestros hogares, también debemos darnos cuenta de que, quienes amamos la educación clásica, debemos aceptarla en su totalidad ¿Podría ser que las directivas utilizadas en una escuela, al menos en parte, puedan beneficiar a una educación en el hogar? ¿Y podría decirse también que los mismos perjuicios que vemos en la educación fuera del hogar pueden estar presentes en una situación de educación en el hogar? Las fallas humanas no se relegan solamente a las escuelas. Educadores en el hogar, tengan cuidado. En nuestra búsqueda de la verdad, la belleza y la bondad, hay algunos estándares definidos que debemos observar y que nos ayudarán mucho a que nuestros hijos crezcan en sabiduría y virtud.
El sistema educativo actual, en el que nos hemos educado la mayoría de nosotros, promueve una educación “centrada en el niño”, lo que contrasta directamente con una educación clásica, en la que se entiende que los niños aprenden mejor en un entorno ordenado dirigido por un maestro. Como educadores clásicos, entendemos que Dios es un Dios de orden. Desde el principio, siempre lo ha sido. El mundo fue creado de manera perfecta y con orden. Las estrellas están dispuestas en el cielo en un orden definido. Las estaciones se suceden en un orden prescrito. La familia se estableció con orden, y a cada miembro se le asignaron responsabilidades específicas. La educación clásica implementa el diseño del orden de Dios y, al hacerlo, desarrolla en el estudiante una mente bien entrenada. Esto se aplica no solo al salón de clases en un sentido tradicional, sino también a la tarea de educar en el hogar. Los padres deben ser los directores del estudiante educado en el hogar y, al hacerlo, deben comprender que su tarea es una gran responsabilidad que no debe tomarse a la ligera. La idea de dejar que los niños elijan qué estudiarán y cuándo no debería tener cabida en la educación en el hogar dirigida por los padres, y así como abordamos esta cuestión en el entorno de un salón de clases tradicional, también deberíamos hacer lo mismo en el entorno de aprendizaje de la educación en el hogar.
Si bien en el salón de clases podemos abordar la disposición de los escritorios, en el hogar entendemos que es imperativo que el estudiante se siente en un espacio bien iluminado y ordenado, reservado para el aprendizaje ¿Cuál es el ambiente de su “salón de clases” de educación en el hogar? ¿Ha creado un lugar limpio y ordenado, hermoso y atractivo para su alumno? ¿Es sencillo y ordenado, con quizás algunas hermosas obras de arte expuestas? ¿Y qué tal la planificación? ¿Saben sus hijos en qué estudios participarán diariamente, o cada día simplemente sucede como la vida lo presenta? Estamos entrenando grandes mentes para que hagan grandes cosas y tengan grandes pensamientos. Esto requiere preparación y organización. El caos es el enemigo de una mente ordenada.
Quintiliano, el gran maestro romano de retórica, afirma en sus directivas a los maestros: “Que [el maestro] sea estricto, pero no austero, cordial, pero no demasiado familiar; porque la austeridad lo hará impopular y la familiaridad engendrará desprecio. Que su discurso gire continuamente en torno a lo que es bueno y honorable; cuanto más amoneste, menos tendrá que castigar. Debe controlar su temperamento sin cerrar los ojos ante las faltas que requieran corrección”.
Es fácil para los padres, al familiarizarse demasiado con sus hijos, relajar las disciplinas del aprendizaje y así impedir que el niño logre todo lo que Dios desea para él ¡Qué maravilloso es observar a los padres guiando y dirigiendo a sus hijos, evitando la trampa de volverse descuidados, faltos de disciplina o demasiado relajados, lo que lleva a tareas incompletas y a una falta de respeto por la excelencia y el orden!
Las rutinas de conducta no son sólo para quienes se ocupan del aprendizaje en la escuela. El padre que educa en casa tiene una solemne responsabilidad, aunque aceptada con gusto, cuando se compromete a “enseñar a un niño el camino que debe seguir”. Y de nuevo, recurriendo a la sabiduría de Quintiliano sobre el tema de la educación moral: “Se sostiene que las escuelas corrompen la moral. Es cierto que a veces es así. Pero la moral también puede corromperse en el hogar” (La Institución, Libro II, La Gran Tradición). Cuando hay falta de orden, podemos corromper nuestro respeto por los demás, por la sociedad y, lo más importante, por Dios. Educar a nuestros hijos en el hogar no nos da ninguna garantía divina que estarán libres de corrupción moral. Es imperativo que no sólo elijamos con cuidado nuestros estudios, sino también nuestro comportamiento diario.
Virgilio también habla de esto cuando escribe: “La costumbre se forma en los primeros años”. Estos son los “primeros años” en los que se forman los hábitos y se desarrolla el pensamiento ordenado. No les hacemos ningún favor a nuestros hijos cuando evitamos enseñarles a levantarse, lavarse, comer y sentarse… y a hacer sus tareas escolares.
Cuando aceptamos la visión de Dios sobre el orden y la dirección, cuando se enfatiza la excelencia en todas las cosas, la educación clásica en el hogar se convierte en un banquete de sublime deleite. Nuestros hijos prosperan porque son libres de experimentar un aprendizaje verdaderamente liberal, rebosante de todo lo que es verdadero, bueno y bello. Al introducir el orden en la vida de nuestros hijos, hacemos posible que ellos verdaderamente aprecien “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre”. Y “pensarán en estas cosas”.
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Del artículo original en inglés: “A Homeschool is Still a School” by Kathy Becker disponible en www.memoriapress.com
Traducción: Mara Márquez Ravilet.