20 Aug
20Aug

La sociedad moderna no mantendrá la democracia —esa idea tan debatida pero poco comprendida— en las urnas, sino en las aulas. Como logro moral e intelectual, la democracia aún exige que el sistema político haga más que votar: se debe enseñar a las personas a pensar con profundidad, paciencia y sensatez. En el apogeo de la República, los políticos romanos animaban a los ciudadanos a votar y a defender importantes cuestiones sociales, pero también comprendían que la democracia requería primero la virtud y la razón individuales, desarrolladas en esa larga labor de autogobierno. La democracia no se sustenta en la maquinaria electoral, sino en la formación de almas libres, es decir, en la educación. 

Una educación verdaderamente democrática debe formar personas libres, no en el sentido de individuos sin ataduras ni tradiciones, sino en el sentido clásico de personas capaces de autogobernarse. Este tipo de educación forma a los estudiantes en la razón, la virtud y la prudencia. Para que signifique algo más que la tiranía de los caprichos populares, la democracia debe fundamentarse en la capacidad de cada ciudadano de gobernarse a sí mismo antes de intentar gobernar a los demás. 

Y aquí reside la gran ironía de nuestra época: si bien la educación moderna ondea la bandera de la democracia, a menudo produce justo lo contrario de lo que proclama. Los niños carecen de lógica, están desconectados de la historia y se rigen cada vez más por la emoción que por la razón. La educación moderna halaga su autonomía, pero no logra proporcionar la arquitectura interna de la libertad. Resulta que la educación más democrática no es la más moderna, sino la más clásica. Es una educación en la libertad, entendida correctamente como la libertad de hacer lo que se debe, no como la libertad de hacer lo que se quiere. En definitiva, la democracia no se sustenta en procedimientos, sino en personas libres. 

En lugar de partir de parámetros estandarizados o habilidades comercializables, la educación clásica parte de la persona humana. Se pregunta, primero, ¿qué clase de alma debe poseer un niño para vivir en libertad y servir al bien común? Y luego, ¿qué clase de mente se necesita para discernir la verdad del error o la mera opinión? ¿Y qué clase de corazón debe cultivarse para desear lo noble, incluso cuando sea difícil? 

Para responder a estas preguntas, una educación democrática no se basa en tendencias, sino en la rica tradición de aprendizaje que se encuentra en el trivium y el quadrivium, en los que los estudiantes pasan naturalmente de la belleza del lenguaje (gramática) a la claridad del pensamiento (lógica) y al poder de la expresión (retórica). Memorizan poesía, leen y debaten sobre grandes obras literarias, analizan verbos en latín, estudian lógica formal y aprenden a hablar y escribir con precisión y gracia. Los estudiantes se topan con la idea de cantidad en sus formas puras y aplicadas cuando estudian aritmética, geometría, música y astronomía. A través de estas disciplinas, ven el orden y la maravilla del mundo extendiéndose por todo el cosmos. Este tipo de educación no es ornamental ni un lujo; ordena la mente, moldea el alma y orienta el corazón hacia la sabiduría. Es una educación que informa al intelecto y forma a la persona. 

Los estudiantes que estudian latín adquieren más que vocabulario: aprenden precisión, paciencia y resistencia. También se encuentran con una civilización cuyas palabras e ideas aún moldean el derecho, la ciencia, la política, la teología y todos los demás ámbitos de la civilización occidental. Los estudiantes que leen clásicos antiguos como la Ilíada de Homero o la Eneida de Virgilio hacen más que simplemente recopilar datos históricos; presencian la virtud y el vicio representados en el escenario de la historia. Al luchar con Euclides, aprenden la disciplina de la razón. Al leer a Shakespeare y los clásicos superlativos de la sociedad occidental, se ven desafiados y transformados por la imaginación moral de la época. 

Los estudiantes que han sido formados por este tipo de educación democrática tienen pocas probabilidades de ser engañados por falsas agendas y opiniones de expertos, ya que han estudiado las falacias de la lógica. Son difíciles de manipular porque han entrenado su memoria y atención en verdades perdurables y cosas verdaderamente buenas. Juzgan asuntos difíciles con imparcialidad, escriben con claridad y hablan con amabilidad. Tras largos diálogos con Cicerón, Sófocles, Agustín y otros, los estudiantes comprenden cómo era la grandeza humana en el pasado y desean alcanzar ese estándar en el presente. La educación clásica crea este tipo de estudiante, y la democracia se basa en este tipo de ciudadano. 

La democracia depende de algo más que la participación masiva. Depende de las virtudes morales e intelectuales de sus participantes. Una sociedad que olvida este principio, como hizo Roma hace muchos años, descubrirá que las formas de libertad han perdido su esencia. Roma siguió celebrando elecciones simuladas mucho después de la muerte de la República, y los emperadores aún acuñaban monedas con la palabra «libertas», incluso cuando la libertad misma se desvanecía en el olvido. Al igual que Roma, una nación puede seguir celebrando elecciones y alabar la libertad mientras su pueblo, sin instrucción en la razón y sin formación en la virtud, es arrastrado por impulsos, vulnerable a los demagogos y cansado de las responsabilidades que la libertad conlleva. 

La tradición clásica ofrece una visión de la educación arraigada en la Verdad, la Bondad y la Belleza; en la lógica y el lenguaje; en la memoria y la imaginación. Esta antigua y siempre vigente tradición se atreve a creer que los niños no son problemas que gestionar ni consumidores que apaciguar, sino almas encarnadas que formar. Y una educación clásica no reserva lo mejor para unos pocos; de hecho, lo pone al alcance de cualquier niño. Y al hacerlo, prepara a las personas para ser ciudadanos, hombres y mujeres capaces de libertad porque han sido educados en el autogobierno.



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Artículo original en inglés: "A Democratic Education" by Mitchell Holley, disponible en memoriapress.com 


Traducción y resumen por: Mara Márquez Ravilet



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